Hubo un Rey. Descalzo anduvo bajo el sol entre matorrales y víboras. Hubo un joven que libre corría entre animales silvestres y cosas naturales alabando el mundo maravilloso que giraba a su lado. Hubo un Príncipe que emitía sonidos y palabras hermosas, casi imitando el canto de las aves más coloridas y libres del planeta. Este mismo Rey, solía comer, sobre tablones en su casa, los alimentos que su humilde madre cocinaba con el fuego regalado por los dioses. El Principe estaba a su gusto en aquel paraíso concedido por mandato ancestral. Ese Hombre estaba feliz de respirar el humus de la libertad. Ese Niño, que muy pronto sería Hombre, era liviano ante los dolores escondidos de la verdadera existencia. Ese Rey. Ese Príncipe. Ese niño. Ese Hombre . Pronto quiso conquistar los límites más allá de su reducido, pero hermoso mundo. Salió resuelto al límite de su comarca. No se supo nada de él por mucho, mucho tiempo. No se supo de su ascenso a las colinas magnánima
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