Hubo un Rey. Descalzo anduvo bajo el sol entre matorrales y víboras.
Hubo un joven que libre corría entre animales silvestres y cosas naturales alabando el mundo maravilloso que giraba a su lado.
Hubo un Príncipe que emitía sonidos y palabras hermosas, casi imitando el canto de las aves más coloridas y libres del planeta.
Este mismo Rey, solía comer, sobre tablones en su casa, los alimentos que su humilde madre cocinaba con el fuego regalado por los dioses.
El Principe estaba a su gusto en aquel paraíso concedido por mandato ancestral.
Ese Hombre estaba feliz de respirar el humus de la libertad.
Ese Niño, que muy pronto sería Hombre, era liviano ante los dolores escondidos de la verdadera existencia.
Ese Rey. Ese Príncipe. Ese niño. Ese Hombre .
Pronto quiso conquistar los límites más allá de su reducido, pero hermoso mundo.
Salió resuelto al límite de su comarca.
No se supo nada de él por mucho, mucho tiempo.
No se supo de su ascenso a las colinas magnánimas del poder.
No se supo de su alma transformada en codicia.
No se supo cuando fue que su alma olvidó el brillo de su sol campestre. Allá en su tierra natal.
Pero si se supo de su prepotencia.
Pero si se supo de sus crímenes en pos del poder.
Pero si se supo el odío de su pueblo reprimido.
Ahora ese Rey no descansa. Ahora ese Príncipe no encuentra sosiego. Ahora ese Niño se perdió para siempre entre las tóxicas neblinas de la codicia.
Ahora ese Hombre gobierna un país. Una nación que languidece entre hambre y desolación.
Ese Señor supremo cambió. Su esencia terrenal transmutó.
Ahora se dice Presidente. Ahora se dice Salvador. Ahora se dice Mesias de las Honduras que habitamos en desilusión.
Ahora vivimos su reinado glacial en desamor.
Rafael Valladares Ríos
Tegucigalpa. HONDURAS 🇭🇳🇭🇳
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