COMO UN ROMPECABEZAS
Recuerdo perfectamente el día 4 de septiembre del año de 1999. Acababa de pasar una temporada de seis meses en Europa, donde había visitado a un viejo amigo en la ciudad de Ámsterdam, y quien me permitió quedarme en su departamento durante toda mi estadía, mientras yo trabajaba también en su negocio de comida Italo-Latinoamericana. Cada dos o tres semanas, recibía un suelo, una paga por mis servicios prestados en el Restaurante de mi amigo, y gran parte de ese dinero lo gastaba en escapadas a diferentes ciudades del Viejo Continente. Así viajé a Paris, Berlín, Londres, Brujas, Bruselas, Frankfurt etc.…
Fue una experiencia inolvidable y única; nunca podré borrar de mi memoria la vida nocturna de Ámsterdam y sus metideros repletos de extraños y prohibidos placeres, las calles húmedas de Londres o la torre Eiffel alumbrada por miles de focos, imitando una aguja enorme rasgando el cielo oscuro durante toda la noche parisina.
El final del siglo se acercaba, y el comienzo de otro parecía prometedor por lo que decidí que debía regresar a Honduras, a mis amigos, a mi familia, a mi ambiente. ¡Craso error! Mucho tiempo después intuí que debí haberme quedado allá, en la cercanía de unas civilizaciones y unos modos de vivir más acordes a mi manera de ser. Pero algo dentro de mí me forzaba a regresar.
Ciertamente no era nostalgia (nunca he padecido de ese desagradable sentimiento de alejamiento y añoranza aguda), o talvez nunca lo he sentido tan intensamente como para desesperar y dejar atrás lo ya conquistado. En fin, el cuento es que arribé a Tegucigalpa un día soleado de Septiembre con las pilas cargadas, con los sentimientos en su sitio, con los pensamientos ubicados certeramente en sus espacios (o así lo suponía). Creí poder sobrevivir a mi regreso, y de hecho lo he hecho (valga la redundancia). He sobrevivido, pero no he vivido.
Desde hacia años, tiempos y épocas que venía repartiendo tanto amor, había deliberado tanto cariño por mis semejantes, había gastado tantas y tantas horas esmerándome por los estados de ánimo de los demás, que descuidé el mío propio; me cuidé por agradar a todos los demás (sin hacer excepciones de rango social, económico, sexual, cultural…etc) pero ulteriormente descubrí que no me gustaba a mí mismo, y como un rompecabezas todas mis piezas estaban regadas en innumerables esencias de innumerables personas, en innumerables entes (algunos viciosamente avorazados de mi cariño, otros eternamente agradecidos de mi desprendimiento), pero, pero….
Desde ese momento, desde ese tiempo he venido armando de nuevo un rompecabezas (que es un rompecabezas por que la mía cabeza la siento como en mil pedazos, mi testa está difuminada en añicos incontables).
Así, la tarde de hoy, ya hace más de diez años de todo aquello, de todo aquel repartimiento de mi ser, sigo buscando, indagando e inquiriendo sobre mis piezas entre las pertenencias de otros, y me razono incompleto, deforme, cojo, inconcluso…
Ojalá y un día, no muy lejano (para que ya no sea demasiado tarde), complete a mi propia persona, y me absuelva a mi mismo por haberme regalado sin tomar la precaución de dejar un mínimo de auto amor, de auto compadecimiento para seguir adelantándome en este duro mundo.
TEGUCIGALPA, FEBRERO 26 DEL 2011.
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