EL RAPTO DEL EFEBO--------------
La cima de la montaña está escondida por espesas nubes cargadas de divinidad. El Dios de los dioses se encuentra sosegado en su trono solitario, observando una vana humanidad que le defiere múltiples muestras de devoción. El sumo Dios, Patriarca de todos, Maestro de la guerra y de la paz, de los indultos y de la enconada ira, siempre se halla a si mismo acechando a cada humano, a cada mujer bellísima en su perfección, a cada hombre fortísimo en su naturaleza: Él es un Ser que no se constriñe ni se devanea entre giros de duda, Él es el supremo amo de las alturas, y de las tierras que allá abajo le pertenecen por derecho omnipotente. Y entre tanto aislamiento en su sala de gobierno, el Todopoderoso acaricia la felicidad que le ha sido negada por tantos siglos, ya que a pesar de toda su autoridad, el verdadero Amor lo ha evadido por siempre. Será maldición de poder, será imprecación de odio, será execración que las demás deidades han derramado sobre Él para que conozca la angustia de los desamparados. Pero esa mañana, mientras las nubes todavía ciñen la cúspide de su morada, y en la tierra los mortales descansan despreocupados abrazados a sus amantes, el todopoderoso se ingenia un augurio, se escabulle por entre sus providencias, sortea los embates de aquellos que ansían su poder inconmensurable. Esa mañana se transforma en un ave de negro plumaje, majestuosa y altanera, y dando un arrojado paso hacia la eternidad, el Dios cae en picada hacia las heredades de los hombres descubriendo su infinita orfandad. Pero mientras Él planea hacia la verdosidad de los campos, hacia los océanos azulinos, hacia los desiertos sofocantes en su irritable morosidad, el Dios observa y ubica a un Joven de extrema beldad. Arrebatado por la fabulosa imagen, el Señor se atreve, encuentra su impulso, y rápidamente se dirige a la morada del Joven bellísimo de rubios cabellos, ya resuelto a robarle el alma, el cuerpo y el corazón. Se allega agitadamente, graznando de arrebato de pasión, chillando de atracción fatal e irrevocable. Se posa junto al inmaduro galán, y le arropa con sus enormes y relucientes alas azabaches. Lo abraza y lo suspende por los céfiros mientras que el efebo apenas lucha, apenas fatiga su cuerpo riñendo, pues sospecha que su viaje es dictamen celestial, y que contra esa fatalidad no puede ni debe pugnar.
Así se remontan al pináculo del gran Emporio entre las nubes, dejando bajo de si a Troya,-antigua y épica urbe-, mientras numerosos perros ladran al cielo al observar el espectáculo del Joven secuestrado por el Águila heroica, y se dirigen hacia donde el Trueno y el Rayo son ley.
El Dios está finalmente radiante, y nombra al efebo el Copero de su reino. Lo custodia por siempre a su lado, y es para Él, la más ambicionada y arrebatada de las fogosidades que podría jamás alucinar.-------------------------------------
© Rafael Ángel Valladares Ríos
210513
www.rafavalrios.blogspot.com
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