SOBRE DESTINOS PREDETERMINADOS
Para M.A.G.G.
Creo firmemente, que algunos de nosotros, sencillos mortales sobre esta tierra giratoria y convulsa, nacemos con un destino resuelto, ya sea por dioses ancestrales o eventos ineludibles; en cambio, existimos otros, que hemos de buscar entre celajes y tormentas la ruta, el sendero certero que habrá de llevarnos y empujarnos durante nuestras vidas hacia cierta concordia y armonía.
Los que ya nacen con la Estrella Polar bien definida en el cielo, pueden darse a la tarea de emprender aventuras e itinerarios, y alcanzar destinos desde muy tempranas épocas; entre más anticipada la revelación de su vía notable, más destinos habrán de conocer y explorar circunnavegando este mundo con el auxilio de brújulas y bitácoras y coordenadas que marcarán las fortunas inevitables de sus almas bohemias.
Para los menos afortunados, aquellos que nacemos con los rumbos borrosos y maltrechos, debemos encontrar nuestras trayectorias entre volúmenes enormes de guías de turismo, cartas geográficas de navegantes antiguos e inexperimentados, o haciendo caso solamente del consejo de un padre afectivo, por dar unos cuantos ejemplos.
En cualquier caso, aquellos con venturas predeterminadas, y los de destino no augurado, habremos de fatigar días y noches a la búsqueda de la propia esencia, exponiendo el rostro a céfiros gélidos o a ventiscas desérticas en ese continuo batallar por encontrar y conquistar la resolución de la existencia.
Ojalá yo hubiese prorrumpido con los luceros claramente otorgados en el firmamento, pero alguna deidad quisquillosa y juguetona quiso que me extraviara un poco por los rumbos de plata lunar indefinidamente.
Un amigo mío, muy cercano y bonachón, ha nacido con las luminarias fulgurantes e ineludiblemente perfectas en su alineación, pero parece no darse cuenta de este beneficioso acontecimiento. Él se levanta cada mañana sospechando que el destino le ha pasado una mala jugada porque las cosas, dentro de todos sus contratiempos, parecen casi todas imperfectas. Desconfiado como ninguno, aborda aviones y jets a propulsión aventurándose contra la rotación natural de la tierra, y visita ciudades de ensueño y grandeza que ni la propia Dorothy, o el Principito de Saint Exupery, hubiesen sospechado se hallaban en algún lugar de maravilla.
A mi camarada le digo que deje de ser tan receloso de las circunstancias, y que confíe en su vocecita interior, esa que le repite sin duda y sin cesar, que el mundo le pertenece, porque así ha debido ser, y punto.
© Rafael Ángel Valladares Ríos-2011
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