La Llamada
La noche se filtraba sobre la ciudad como un manto de inesperados augurios. En el apartamento numero 333 del Edificio Colonial, de la Avenida Independencia , Daniel descansaba el sueño de los inocentes cuando el teléfono sonó estrepitosamente. El joven que reposaba en su lecho mullido dio un salto de consternación y buscó a tientas el aparato telefónico en la profunda tenebrosidad. Finalmente lo encontró, frío al tacto, imperturbable en su estático sitio. Levantó el auricular, y entre balbuceos incoherentes dijo “Alo”. Del otro lado de la línea se escuchó una interferencia llorona y luego una leve voz que repetía incesantemente algo que él no alcanzaba a entender. Después de un minuto, desconcertado, dedujo irrevocablemente lo que le comunicaban desde aquella distancia increíble. Eran palabras disueltas de su pretérito amor, que quizás en un ataque de remordimientos por haberlo dejado a las puertas de la Iglesia con todo y el cortejo matrimonial listo y las celebraciones organizadas, lo convocaba. Pero el prometido sabía perfectamente que no podía ser ella quien lo emplazaba, pues ese mismo día de contradictoria felicidad, desdicha y congoja, la dulce dama había caído fulminada por un síncope cardiaco antes de llegar a la ceremonia, dejándolo en la absoluta desolación. Por tanto, aquella voz lejana que repetía “Te amo” intermitentemente, entre los chasquidos de la obstrucción magnética y la distancia, eran improbables declaraciones de un ser ya inanimado y sepultado por siempre.
© Rafael Ángel Valladares Ríos-2011
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